Qué bonito, mi niño habla.
El despertador no para, por más que le apriete las tuercas
de pequeño niño contrariado. ¡Ssshhh, a dormir! Digo, lacónica, sin apostar ni el cobre
a caballo ganador. Yaaa, vámonos. Pueta.
Es lo que hay, no sé ni por qué pruebo. Al menos hemos pasado
una noche de escándalo pues se acerca el frío y Elprenda no requiere de tanta
agua para dormir. Se acabaron las noches de camellos. De pequeña, con mis
amigos nos llamábamos camello cuando alguno inundaba su cuerpo de agua, sin
respiro. En realidad los camellos aguantan sin beber eternidades pero debe ser
que hay un día de acopio, y ese era el día al que siempre nos referíamos en la
fuente.
Un pequeño guía orienta mis pasos matutinos. Pipí, me dice,
me señala el inodoro y yo, dócil y sumisa, aposento el culo para gracia de mi
canijo director. Antes de tirar de la cadena, Elprenda corre y se asoma, como
si fuese a divisar las aguas sagradas del Ganges. Tiro, y la cara de mi pequeño
jefe de la aurora brilla henchida de felicidad. Y yo deseo llevarle a Niágara o
Iguazú para que nunca acabe su alborozo bendito.
Desayunamos tostadas, que yo preparo frente a Elprenda, que normalmente
prefiere abrir y cerrar el frasco de mermelada a abrir y cerrar la boca.
Abuelagallina me ha metido en la maleta este bote de jalea. Es francesa, como
todo de lo que gusta mi madre. La etiqueta reza: Rapsodia de frutas. Arándanos
Silvestres. ¡Rapsodia! Le arrebato el tarro al Director, que entiende que ha
dejado de dirigir –vale no, no lo entiende- y aprieto la rapsodia tan fuerte
que casi puedo notar su latido. En una pirueta colosal, Mercury sale
disparado al salón empapado en bayas silvestres y me hace la lucha del desayuno
mucho más fácil.
"Mama mía, mama mía, mama mía give me toast", escucho decir a
Elprenda en varias ocasiones.
Por lo general Elprenda hace de vientre tras deglutir su rebanada.
Viva la vida bohemia, me digo zanjando la canción. Empieza la otra serenata:
limpiar con mayor o menor esmero el asunto.
Él me dice que el pañal pesa un kilo, yo le digo que ay que mono es mi
niño, pero que hay que ver lo que caga, y ventilamos.
Si los domingos son el Día del Señor en otras casas, en la
mía siempre es el Día del Niño, y el señor y la señora van a remolque. Es
cierto que los planes siempre salen de nosotros, que por ahora seguimos siendo
capaces de hacer alguna cosa más que Elprenda, pero una vez llegados a destino,
el timón cambia de manos. El crío se engalana con su gorro marinero de capitán
de buque, y todos a navegar.
Los domingos nos vamos de crucero. Y como aquí el objetivo es pasar un buen rato,
y eso se da generalmente cuando el bucanero está contento, pues ni qué decir
tiene que él decide cuando se anda, se corre, se baña, se para o se vuelve. Si
Elprenda leyera esto, gritaría sin constricción ante mi sarta bellaca de
embustes y patrañas. Pero insisto, a grandes rasgos, es así. Porque si yo
pudiese decidir ahora como sería un domingo cualquiera, seguiría bailando la Bohemian Rhapsody con una cerveza en la
mano; y de ahí pasaría a escuchar el silencio hermoso sólo roto por el compás
repetido de las olas. Y podría pasar el rato cocinando para luego pasar un rato
aún mejor comiéndolo, sin el tic-tac sonoro que amenaza con un fin de siesta
ligera del pequeño capataz. Volvería a las series, a las panzadas, digo. A
cuando ver un capítulo no era una odisea. Y podría subir el volumen para que
Etta James dijera At last de forma
convencida.
Pero mis domingos cualquiera ahora son distintos. Sus
canciones aparecen entonadas por un agudo jamás soñado por Freddy y Etta en sus
mejores falsetes. Y aunque aturdida y algo sorda de la mano de mi Pequeño
Ruiseñor, allá que sigo al tarambana sin brújula o vigía en busca de nuestro
pequeño tesoro dominical.
-¡Sé muy bien que he salido ganando, pardiez! le digo a
Elprenda en un ataque de amor descontrolado. Y él se ríe, me besa y se separa
para seguir a lo suyo sin importarle el calendario al muy pirata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario